KIII – Columbarium
Centro Nacional de las Artes, México
La muerte obliga a los vivos a revisar su comprensión del pasado. El Arte, como todo lo humano, sucumbe a la muerte. Sin embargo, gracias al poder del arte y de los artistas, dejamos rastro de nuestro intento por vivir y crear, a pesar de nuestra ineludible desaparición. La triple propuesta de Alejandro Gómez de Tuddo – KIII , Pantonecrópolis y Columbarium – plantea una escatología imaginada y nos invita a seguirlo a través de sus recorridos visuales y cuestionamientos por el tiempo, la mortalidad y la memoria.
Tres movimientos se fusionan: En el primero -K III- la mirada se dirige hacia el microcosmos; en el segundo -Pantonecrópolis- se inclina hacia el macrocosmos. Por último, en el tercero -Columbarium-, la mirada se vuelve a la vez anamórfica y ubicua; se detiene y se expande simultáneamente.
La cámara del fotógrafo es el instrumento que nos transmite lo que sucede cuando el aquí y el ahora se encuentran con el allá y el entonces, para reflejar la atemporalidad del arte.
En consecuencia, en los tres movimientos, Alejandro Gómez de Tuddo trabaja el antes, el ahora y el después de la experiencia: usa el negro, el blanco y el gris; nos conduce a vislumbrar, mirar o ver fijamente desde la muerte, en la vida o hacia la eternidad. El diálogo que se genera es tridimensional: el del artista que percibe la muerte, el del tiempo de la visión y el de la muerte que se encuentra con la mirada.
Chahue, Huatulco Cemetery, Mexico
Chacarita Cemetery, Buenos Aires, Argentina
Columbarium: Palimsestos Perturbadores
En la entrada de la exposición K III, la silueta de Alejandro Gómez de Tuddo nos mira desde el interior de un carro fúnebre; en Columbarium es la muerte quien nos mira de frente, con la profusión de los retratos funerarios que se reflejan en el agua. Esta instalación no sólo representa a la muerte mirándonos, nos representa también mirando a la muerte y a nuestro propio reflejo: una pasarela sobre el agua nos conduce hacia un ataúd de espejos repleto de peces, donde vemos vida y muerte, y a nosotros mismos mirándonos. Con Columbarium, las dificultades de nuestros encuentros con la muerte, reverberan por la multiplicidad de miradas, en el sentido lacaniano del término. Para Lacan, la mirada representa un aspecto de las poderosas fuerzas humanas; esto es, “la confluencia del rostro y la mirada”, porque “sólo ahí es donde existimos el uno para el otro”.
Columbarium trata sobre el regreso de la muerte a la vida, por medio de la re-apropiación artística. Hay cientos de avatares de retratos funerarios que encajonan el espacio donde entramos. Barthes sugiere que el retrato crea un ensayo para la muerte, puesto que, al fijar un modelo en el tiempo, nos lleva a una relación póstuma hacia ambos: el modelo y el momento. El retrato facilita el ingreso del observador al proceso psíquico relacionado con el duelo de la pérdida, como registro de un momento y un modelo que ya no son. Los retratos funerarios nos obligan a confrontar los límites mortales del momento humano como tal. Cada cara, cada vida, cada ser amado, alguna vez fue y ya no es. Sin embargo, allende el horizonte del deseo y el amor, lo que falta en esta vida es la imagen de nuestra propia muerte. Estamos obligados a vivir con la certeza de que hemos de morir. Vivimos desprovistos de la seguridad que nos brinda la imagen de cómo y cuando este evento ocurrirá. Con frecuencia, el empleo de la imagen fotográfica de los muertos y moribundos es un medio que nos ayuda a imaginar nuestra propia muerta y a lidiar con la aporía.
Como hemos visto, el aspecto “esto ha sido” de la fotografía del retrato funerario, refleja culturalmente, el elevado reconocimiento emocional que la muerte produce en el doliente. La instalación Columbarium va más allá, al poner en escena la invasión visual de la muerte.
El espejo dentro del ataúd, refleja todos estos rostros que nos miran fijamente y a la vez nos reflejan mirando estos retratos funerarios resurrectos. La muerte nos mira. El cuestionamiento visual ad vitam æternam nos rodea y permite que nos enfoquemos más en la travesía de la búsqueda que en su resultado: lo que precisamente Alejandro Gómez de Tuddo nos solicita artísticamente.
El pez, símbolo de cambio y transformación, aporta el significado para alcanzar el más allá; como en el mito de Eros y Afrodita cuando ambos se transforman en peces para escapar del feroz Tifón. En el pensamiento cristiano, el pez es símbolo de abundancia y fe. Son también los peces quienes anuncian a Mangala, el creador africano, que debe plantar las semillas del vientre cósmico. El pez Koi es símbolo de unidad y fidelidad en China y para los budistas los peces representan felicidad y libertad. En general, el pez esta relacionado con la visualización de la paz con uno mismo, a través de cualquier transformación y cambio, incluyendo la experiencia de la muerte.